Las reflexiones del profe de Filo



LAS  REFLEXIONES DEL PROFE DE FILO...Las reflexiones del profe de Filo...

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  1. Número 2: El Estado y las instituciones[1]

    Escrito por Félix Rojas el 29 de noviembre de 2018
    Dado que una institución es un conjunto de normas que regulan las relaciones entre las personas, se puede decir que el Estado soberano es la Institución por antonomasia, y su constitución política es la norma de las normas que establece los fundamentos de la vida social y garantiza los derechos ciudadanos. En este orden de ideas, cualquier institución de orden nacional o local es una concreción del Estado, y análogamente a éste se rige por un manual de convivencia o reglamento interno, que le da identidad y cohesión a una asociación de personas. Las instituciones al interior de un Estado —y el Estado mismo— o ejercen una de las tres ramas del poder o tienen estamentos que cumplen funciones de dichas ramas. Por ejemplo, en un colegio, el manual de convivencia o reglamento hace las veces de constitución política, y en él se especifica quién tiene el poder de dirigir el colegio, cómo se aplican las normas y sanciones, y cómo se crean nuevas reglas de juego.
    Los Estados nacen para limitar el poder de las personas individuales que al convivir como sociedad establecen lo que puede comprenderse como acción social. Según Max Weber, la acción social es fundamental, ésta se manifiesta en las relaciones de poder y de dominación. El poder se entiende como la posibilidad que tiene un individuo de satisfacer los deseos a pesar de la resistencia de los demás. Mientras que la dominación se manifiesta en la obediencia de un grupo de personas. Hay tres tipos puros de dominación legítima: la basada en la tradición, en el carisma y la dominación racional de la sociedad moderna, fundada en la legalidad de reglas y derechos impersonales y abstractos.
    Weber afirmó que una de las características constitutivas de un Estado es la tenencia exclusiva del monopolio de la fuerza legítima en un territorio determinado. Pero, John Gray, se percató de que actualmente el Estado no tiene el control de la fuerza legítima, con lo que aumentan las violaciones contra os derechos humanos. “Los peores crímenes contra la humanidad los cometen milicias irregulares, organizaciones políticas o carteles criminales que ningún Estado puede controlar con eficacia”, pues Grey, considera —siguiendo a Weber— que la justicia y los derechos son convenciones que, en última instancia, se apoyan en la fuerza, tesis que no puede olvidarse


    [1] Tomado y adaptado de: www.elespectador.com/opinion/el-monopolio-de-la-fuerza-columna-521901.

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    1. Jana Sharik Prada Ramirez 901

      J.T

      Guillermo León Valencia


      Firma:Jana Sharik

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    2. Mateo cordon lopez

      J.T

      Guillermo leon valencia

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  2. Número 3: Lo público, lo privado y el bien común

    Escrito por Félix Rojas el 04 de diciembre de 2018


    Debemos cuidar el planeta, es nuestro hogar y todo nos pertenece a todos. Aun así, existe la propiedad privada, por medio de la cual cada familia produce los bienes materiales y espirituales necesarios para su sustento. Sin embargo, no todo puede ser privado: las personas necesitan tanto bienes como espacios públicos en donde compartir sin que se imponga la voluntad o el ego de un tercero. Estos espacios de uso común y los bienes fruto del trabajo de la sociedad, es decir, del pago de los impuestos, en pocas palabras, de la corresponsabilidad, son conocidos como espacios y bienes públicos. El bien común es el resultado de factores como la propiedad privada y la riqueza de las familias, o sea, el bien de cada uno puesto al servicio de los demás, redunda en el bien de todos.
    El bien común nace de la imposibilidad de cada individuo de satisfacer por sí solo todas sus necesidades, en otras palaras, el bien común es uno de los mejores resultados de la cooperación social, la división del trabajo y la corresponsabilidad.
    El bien común tiene algunos elementos indispensables como son: el respeto a la dignidad de la persona, el desarrollo social justo, la preservación de la paz, la estabilidad y la seguridad de todos. Si asumimos como cierto el principio de que del mal no se engendra el bien, no podríamos aceptar como cierta la afirmación según la cual, “el egoísmo es el motor que hace avanzar la sociedad”, pues los resultados de esa máxima se han podido ver en pocos años: millones de personas excluidas a cambio de unas cuantas élites viviendo en la opulencia.
    El derecho a disfrutar del bien común en cada país está garantizado por medio de la función pública, pues los Estados y sus gobiernos deben trabajar para que los frutos de la vida social estén a disposición de todos por igual, garantizando al máximo la mayor libertad y autonomía posibles, para lo cual dispone de las instituciones que trabajan para ofrecer seguridad, salud, educación, recreación, justicia, obras viales y civiles, acceso a las oportunidades, etc., pero cuando unos pocos obtienen más beneficios que la mayoría, el bien común se ve afectado, por lo tanto, las personas están en su derecho de reclamar equidad en la distribución.
    La protesta social ha sido la mejor herramienta que tienen los pueblos para reclamar el acceso al bien común. Las luchas de los pueblos han hecho que los gobiernos de varios países adecúen la legislación en beneficio de una creciente mayoría. El poder ciudadano ha demostrado que los gobernantes son mandatarios que deben proteger el interés general y no exclusivamente el bien de unos cuantos particulares.
    Además, por una parte, las luchas sociales son el ejercicio de derechos como la libertad de expresión y la libertad de reunión, con la única condición y restricción de no dañar a nadie por medio de ninguna forma de violencia; las manifestaciones públicas son parte del diálogo entre gobernantes y gobernados, y son maneras de participar políticamente. mientras que, por la otra parte, las manifestaciones que generan daño a la integridad de las personas, a los bienes públicos o a las propiedades, no están protegidas como derecho y se convierte en delito con sanciones civiles o penales.
    Cualquier forma de protesta social debe, además de ser pacifica, apoyarse en hechos reales que afecten el bien común; no debería basarse en ideologías o proclamas sesgadas y sin fundamento que muevan la emotividad, sino en razones sustentadas en las evidencias.
    La protesta social necesita personas formadas analítica y críticamente, por ello la tanto la escuela como la familia tienen un papel muy importante. La educación tiene la responsabilidad de formar en los mecanismos de participación ciudadana y en la relevancia de la vida democrática escolar y familiar.

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  3. 20 de enero de 2019

    Número 4: El perdón como necesidad co-existencial

    Escrito por Félix Rojas


    En algunas de las sociedades actuales, en las que la violencia solo es un informe noticioso, encontramos un proceso de ‘virtualización’. Los ataques de los EE. UU. a Irak en 1991 transmitidos por la TV en directo se asemejan a los videojuegos primitivos de fondo negro y luces verdes; el sufrimiento, el terror y la muerte se confunden con escenas cinematográficas.
    La violencia generalizada en algunos países tiene, al menos, dos explicaciones: 1) según Jean Derrida, la visión eurocéntrica de la realidad presente en el inconsciente colectivo de las naciones conquistadas y colonizadas por los europeos ha llevado a ‘consumir’ al otro, a ‘devorarlo’ para ‘sobrevivir’; y, 2) Stathis Kalyvas sostiene la idea de que ‘la guerra es la excusa o el marco de acción para la violencia generalizada’, la cual se inicia no ideológicamente, sino que se funda en rencillas y recelos locales.
    A partir de la combinación de estas dos ideas se puede llegar a pensar que la violencia nace de la falta de perdón, pues la visión de devorar al otro está arraigada en el inconsciente colectivo mediante frases tales como: ‘¡Mijo no se deje de nadie, no sea bobo!’, ‘Aproveche la oportunidad’, ‘El vivo vive del bobo y el bobo de papá y mamá’, entre otras de la serie de ‘florecillas’ de nuestra antología popular. De este modo, se debilita la confianza, base fundamental de la vida social y de la cooperación humana, pues es habitual oír decir frases como la siguiente: ‘A duras penas confío en mi madre’. Estas frases terminan convirtiéndose en razones para la acción o ‘políticas de vida’.
    Para Derrida la sociedad desarrolla múltiples formas de devorar al otro. En esta medida, devorar o engullir al otro es un acto simbólico que puede comenzar con una campaña de estigmatización pública: “Ahí va el vecino incumplido”; “Los que se visten de tal y cual manera son ‘X tipo de personas’, hay que tener mucho cuidado con ellos”, etc. Cualquiera de estas formas de mancilla es el inicio de prácticas caníbales simbólicas que buscan de una u otra forma anular, desaparecer, ‘engullir’ al otro, pero en ocasiones, las formas de devorar al otro han pasado de la mera forma simbólica y de la práctica discursiva a la eliminación física del otro.
    Al respecto Kalyvas explica que las diferencias y las rencillas generan resentimientos que no son sanados y que salen a la luz mediante vías de violencia. La guerra no es una cuestión binaria de disputas claras entre facciones de ideales políticos, sino una excusa para que las viejas memorias de dolor salgan a la luz de modo solapado.
    Se puede decir que, la polémica y el conflicto parecen inherentes a las relaciones sociales y, que, partiendo de esta constatación sería ilusorio, utópico e irresponsable enfocar los esfuerzos sociales y estatales en construir una nación sin conflictos. En cambio, suena más razonable evocar en la conciencia la interdependencia: sentir que todos dependemos de todos, que todos nos necesitamos de una u otra forma y que todos estamos al servicio de todos.
    Si bien es difícil confiar en el Estado de derecho, también es cierto que hay que abandonar la venganza y el 'linchamiento' como expresiones de ‘justicia de hecho’. En últimas, consiste en dejar de creer que la venganza es el camino. ¡Se trata de crear una cultura del perdón!

    Continúa en... https://docs.google.com/document/d/1yno0jveYlft851gzjsR0oKHIvNoHEaP-uk3Oq5bC5MA/edit

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  4. 21 de enero de 2019

    Número 5: ¿A qué nos referimos cuando hablamos de proyecto de vida?

    Escrito por Félix Rojas

    Tener un proyecto de vida para realizarse personalmente, no es lo mismo que hacer lo que se quiere en la vida. El primer caso se refiere a un camino de constante autoconocimiento, autonomía y libertad; mientras que el segundo a un camino de zozobra, indecisión e inmadurez personal. Estos dos caminos pueden asimilarse con, por un lado, la construcción de un puente y, por el otro, la sensación de estar en medio del desierto en el que cualquier camino que se tome ofrece los mismos riesgos y peligros.
    El proyecto de vida es un camino que se elabora y reelabora a partir del autoconocimiento continuo, del tiempo que puede dedicar una persona a saber quién es y qué quiere, a reconocer las influencias positivas y negativas que ejercieron sobre sí la familia, el entorno, las circunstancias sociales e históricas, los amigos y conocidos. Lamentablemente, muchas personas pasan por un proceso de desarraigo y distanciamiento de sí mismos; el acceso a la tecnología conducente a la banalización de la diversión —reducida al entretenimiento— ocupa el día en un falso ocio que no da espacio para saber quiénes son y qué quieren. A esto se suma el hecho de que en muchas ocasiones siempre hay alguien a quién recurrir para que soluciones los problemas, postergando así el deber de asumir la propia existencia.
    Sin embargo, pareciera que el deseo —casi la necesidad— de ‘llegar a ser’ de cada persona es un “mandato genético”, la mayoría de las personas decide, tarde o temprano, que quiere ser algo o alguien, que quiere verse a sí mismo siendo alguien realizando o haciendo las cosas que le den sentido a su existencia. Esta decisión fundamental se va construyendo día tras día, a partir del análisis y la asimilación de las experiencias y de cómo éstas han movido las emociones y los sentimientos. Esta decisión resulta de una constatación: “Me siento pleno haciendo tales cosas”.
    Las personas que, tarde o temprano, sacan provecho de sus experiencias crecen en el manejo de sus emociones, en la toma de decisiones y en la voluntad de realizarlas; aprenden a conocerse un poco mejor. Y, si las decisiones pasadas han sido equivocadas pueden reelaborar su proyecto de vida. La analogía con la construcción de un puente puede ayudarnos a comprender mejor el mensaje. Supongamos que una persona se haya parada en una orilla de un abismo o de un río, y que desea llegar a la otra. Primero debe saber qué espera encontrar al otro lado, y si lo que encontrará es importante para ella, al punto de concentrar todos sus esfuerzos para llegar a la otra orilla; debe saber las privaciones a las que tiene que someterse para que el puente se construya en los plazos y bajo los costos necesarios. Necesita conocer, entre otras muchas cosas, si el suelo que pisa soporta los pilares o si no es estable y puede ceder y hacer fracasar la obra. También, está en la obligación de saber en qué personas apoyarse para la planeación y ejecución de la obra. Porque puede ser, que una vez iniciada la construcción, algunos errores le obliguen a reiniciarla, es entonces cuando se decide si cambiar de proyecto o reiniciarlo teniendo en cuenta las experiencias ganadas para mejorarlo.
    Cuando no se saben distinguir la libertad y la autonomía del capricho o cuando se confunden la voluntad de llegar a ser con seguir una moda o un estilo de vida, la consecuencia natural es tomar el segundo camino. Una persona puede verse como en medio de un desierto o en medio de un bosque: hay tantos caminos para crear o para seguir, que puede quedar atónita y desconcertada. No sabe cuál tomar o crear, entonces se dedica a probar uno y otro sin analizar las consecuencias y sin percatarse de que, hasta cierto punto, puede estar desperdiciando su tiempo y, por ende, la posibilidad de ...
    Concluye en: https://docs.google.com/document/d/1yno0jveYlft851gzjsR0oKHIvNoHEaP-uk3Oq5bC5MA/edit#

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  5. 22 de enero de 2019

    Número 6: El Dasein y la juventud del S. XXI.

    Escrito por Félix Rojas

    El filósofo alemán Martín Heidegger, pensador contemporáneo de la existencia, ha ofrecido a la humanidad la posibilidad de pensarse a sí misma, como algo diferente o “especial” en relación con las demás cosas que existen en el mundo. Es decir, ya en la vida particular, le invita a cada individuo a buscar su razón de ser en su lugar y en su tiempo. Con esto, Heidegger nos invita a olvidar ideas que describen cosas inexistentes, así en vez de decir cosas como: “la humanidad debe buscar el sentido de su existencia, de su ser en el mundo” toca aprender a decir, según el filósofo alemán, cosas como: “Juan Esteban de 15 años que vive en Bogotá en el año 2017 tiene problemas que lo hacen pensar cada día qué hacer su vida, cómo vivirla”. Lo cual quiere decir que cada persona individual tiene que buscar su propio camino para hallarle sentido a su propia forma de ser; forma de ser que se va construyendo cada día a partir de las decisiones tomadas en relación consigo misma, con los demás y con las cosas del mundo. La persona que existe real y materialmente, o sea el Dasein, el Ser-ahí en el mundo, descubre su propio ser a partir de su pasado. Pensando o meditando sobre su pasado, en qué decisiones tomó para sí mismo, en qué tuvo que ver con la existencia de los demás Daseins o Seres-ahí, y en cómo se relacionó con las cosas del mundo. El Dasein que existe actualmente toma decisiones y actúa en el tiempo presente, pero también mira hacia el futuro y descubre que su existencia es una existencia limitada en el tiempo, es decir, descubre que es un ser-ahí o Dasein para la muerte. De este modo, su existencia, su estar aquí presente en este tiempo y en este lugar relacionándose con otros seres-ahí con él y con las cosas del mundo, le permiten reflexionar y llegar a una conclusión: necesita darle sentido a su relación con los demás y con las cosas del mundo, de lo contrario, es decir, si su relación consigo mismo, con los demás y con las cosas del mundo no tiene sentido, entonces habrá vivido de modo inauténtico, porque su existencia se limitó a un pasar en el mundo sin sentido, a un caminar sin horizonte ni significado, se limitará a una existencia vacía.
    Así la muerte se vuelve, para Heidegger, el motor de la existencia auténtica, o sea, que solo porque el ser-ahí o Dasein descubre que su existencia —con sus relaciones— es limitada entonces decide darle sentido. Ahora bien, algunas personas de este siglo, y que viven en las ciudades capitales, principalmente, hallan el sentido de la vida o en las tradiciones familiares, o en las tribus urbanas o en los medios de comunicación, especialmente en las redes sociales, así la relación consigo mismos, con los demás y con las cosas del mundo se convierte en una relación alejada que no permite preguntarse por el fin, por la muerte y de ahí partir hacia la búsqueda de sentido. La muerte ahora se ve como una realidad virtual que solo afecta temporalmente la vida en la televisión, el mundo cibernético y los videojuegos, a partir de esta forma de relación es imposible pretender que las personas, especialmente los jóvenes, quieran darles a sus vidas un sentido propio, porque la muerte ya no aparece como un límite, sino como una virtualidad, y si la muerte es virtual, el sentido mismo de la existencia del Dasein es virtual, no se afecta con la realidad. La existencia vuelve de nuevo a ser una especie de universal inexistente e irreal, como se pensaba antes de Heidegger; el sentido de la existencia viene dado por el mundo cibernético.

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  6. 23 de enero de 2019

    Número 7: La Nausea y los jóvenes del milenio

    Escrito por Félix Rojas


    Pudiera decirse que el pensador francés, Jean Paul Sartre es un existencialista radical. Esto debido a que va al límite de la existencia. La radicalidad de su existencialismo deriva de su ateísmo; la inexistencia de dioses deja al hombre, en general, y en concreto a la persona o ser para sí en absoluta libertad, totalmente libre y obligado a vivir en libertad. El descubrimiento de la propia libertad que hace cada ser para sí en su momento histórico, es decir en su lugar y en su tiempo, lo obliga a afrontar sin ayudas divinas su propia vida, lo que lleva al ser para sí a la generación de una angustia terrible, dado que cada momento tiene la función de permitir tomar una decisión sobre la propia existencia, lo que se representa como una obligación demasiado pesada, pero imposible de sobrellevar con la ayuda de otros. De este modo la libertad, y la consecuente obligación y responsabilidad de vivir de acuerdo con dicha libertad, genera en el ser para sí náuseas, es decir, asco y vértigo.
    La existencia real y concreta de cada individuo se aleja de las ideas de hombre o naturaleza humana; mientras que de las cosas puede decirse que tienen una esencia determinada, es decir, existen para cumplir una función, la persona humana o el ser para sí es absoluta indeterminación que tiene la tarea y responsabilidad de hacerse a sí mismo y para sí mismo. La incertidumbre es la cotidianidad del ser para sí que tiene que elegir en cada momento cómo autodeterminarse o determinarse para sí, con lo cual está obligado a crear un “modelo de ser hombre” o a elegir entre los modelos que crea libremente en cada circunstancia. El futuro es desconocido, sin embargo, el individuo debe elegir qué hacer para sí mismo de tal modo que va construyendo el sentido de su existencia a partir de las elecciones que constituyen su futuro. La angustia y el desasosiego de la elección ante la posibilidad de la equivocación, o sea, ante el riesgo de tomar decisiones que trunquen o limiten la propia construcción de la individualidad del ser para sí en el futuro, quita la tranquilidad, y dado que no existe la certeza ni la compañía de dioses o expertos en la vida de los demás, el ser para sí se ve totalmente solo y necesitado de tomar —sin ayuda ni compañía— decisiones para construirse a sí mismo y para sí mismo. Los jóvenes pueden descubrirse ante la posibilidad de construirse a sí mismos con la ayuda de sus padres o tutores; su futuro está determinado por las normas de la casa, de la iglesia, del grupo, por el manual de convivencia, por el código de policía, por la Constitución y por las expectativas sociales de un mundo enfocado en el mercado y la vida económica limitada al consumismo. Así las cosas, la responsabilidad de cada cual ante sí mismo queda prácticamente anulada. Como consecuencia del panorama anterior, los jóvenes no se enfrentan a sus angustias, sino que son “obligados” a vivir en un falso mundo suave que no los prepara para ser para sí mismos, sino para ser algo para los demás, una cosa en sí y no para sí. Lo que redunda, finalmente, en una adolescencia postergada y dilatada en la existencia, es decir, se vive una existencia adolescente, una minoría de edad —diría Kant, adormecedora que no permite angustiarse realmente, y mucho menos sentir algún tipo de náusea real, más allá de la que se siente al estar en una atracción mecánica de la cual se quiera descender pronto. El prototipo de esta clase de existencia adormecida y en sí, como cosa o producto social, se encuentra tipificado en esos días en la generación del milenio, la cual retrasa tomar decisiones que los obliguen a estar comprometidos con su existencia. Estamos como dopados ante la realidad.

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  7. 24 de enero de 2019

    Número 8: Existir: una tensión sartro-heideggeriana

    Escrito por Félix Rojas



    La existencia de cada quien es la realidad más próxima a cada persona. ¿De qué serviría saber qué es el hombre, si no tengo idea de quién soy? Por un lado, Heidegger me ayuda a pensar que mi vida es digna de sobrellevarla en la medida en que me esfuerzo por vivirla y darle sentido como joven que estudia y se proyecta hacia el futuro; que quiere ser médico, abogado, piloto, etc. para descubrir al final de sus días que vivió auténticamente. Soy-aquí (da-sein) buscando saber quién soy a cada momento, revisando mi pasado y proyectándome hacia el futuro, en relación conmigo mismo, con los demás y con las cosas que me rodean en el camino de realización que finalmente me decida a tomar.
    Por otro lado, Sartre me ayuda a pensar que las decisiones que tomo me constituyen como un proyecto de vida para mí mismo; me construyo como un ser para sí, o sea para mí. En este punto soy la única persona responsable de mis decisiones hacia el futuro: hasta cierto punto tengo claro qué debo hacer para alcanzar mis metas como futuro profesional, soy consciente de las dificultades que implica mi elección —estudiar noches enteras, hacer las prácticas o las pasantías, etc.—. Obviamente me genera ansiedad saber que posiblemente en el desarrollo de mi vida profesional alguna decisión pueda afectar negativamente la vida de otro ser humano y, sin embargo, no me detengo ante los posibles errores y fallas que se presentan como obstáculos a mis elecciones. No obstante, no considero que elegir una profesión o un proyecto de vida sea una decisión trivial o fácil, supone una serie de elecciones angustiosas momento a momento.
    El pensamiento de ambos filósofos me permite reflexionar y me deja ver que el único ser responsable y que decide quién puede ser y quién debe ser, es cada uno de nosotros, soy yo quien tomo mis propias decisiones. Es Juan, María, Miguel, Néstor o Jael el o la que —más allá de los modelos impuestos por la sociedad o el mercado laboral, y muy a pesar de los obstáculos que ello implica— está en la obligación de decidir sobre la forma en que existirá o vivirá durante el tiempo que le reste por vivir.
    No se puede desconocer ni estar ajeno a las dificultades del camino para aceptar los retos que aparezcan. Y, si se sabe que —más del lado heideggeriano— la relación con los demás ayudará a ver qué posibles caminos y experiencias son de utilidad para mi existencia en el futuro. Y si también conozco —más del lado sarteano— que nadie puede tomar auténtica y realmente una decisión por mí: formar una familia, cuántos hijos tener, a quién servir y a quién no, cómo lucir, qué pensar y hacer, son única y exclusivamente responsabilidad mía. Son las elecciones personales, precisamente, las que hacen de una persona un ser totalmente libre y responsable de su propia existencia, y lo que, al mismo tiempo, le permite darle sentido a su existencia mientras cumple su tiempo en este mundo.

    Concluye en: https://docs.google.com/document/d/1yno0jveYlft851gzjsR0oKHIvNoHEaP-uk3Oq5bC5MA/edit#

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  8. 25 de enero de 2019

    Número 9: Essentia: Una joven existencialista
    Escrito por Félix Rojas


    Essentia, una chica de 14 años, y sus amigos terminaron su reunión juvenil; hablaron de los momentos de la infancia recién dejada atrás. La de Essentia, fue una infancia relativamente feliz, irreflexiva y normal, pero mientras caminaba hacia su casa ese día, se dio cuenta de que estaba sola; su soledad no era una soledad cualquiera, sabía que apenas 5 minutos antes se había despedido de sus amigos, y que en no más de 5 minutos estaría con su familia, sin embargo, y a pesar de que ya antes había estado sola, la angustia se apoderó de todo su ser. Continuó caminando, llegó a su casa y saludó a su familia. Cenaron y fue a la cama. Algo había cambiado. Lo supo cuando mientras veía su serie de TV favorita: tuvo que esforzarse para seguirle el hilo, y ni así lograba aparecer alguna emoción de las que acostumbraba a provocarle su programa preferido. No pudo más; apagó el TV y se puso a pensar… Se preguntaba de dónde provenía este desasosiego y esta angustia que no sabía ni siquiera identificar; lo cual le quitaba más y más su paz: reventó en un sollozo que amenazaba con convertirse en un grito. Sin embargo, sabía que no tenía cómo justificarlo ante su familia, así que prefirió guardárselo para sí misma. Mientras trataba de conciliar el sueño, a su memoria llegaron momentos de la reciente infancia en donde su madre le decía que cuando se sintiera triste acudiera a Dios mediante la oración. Así que lo intentó; con toda su fuerza cerró los ojos e imploró fuerzas al Señor…, pero de repente recordó una predicación de hacía poco en su iglesia. El predicador había dicho, palabras más palabras menos, que: “la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní, reflejaba el momento en el que cada ser humano asumía su propia existencia y su propio destino: un destino que no obstante las maravillas obradas en vida, terminaría en la dolorosa muerte, aunque con la esperanza de la vida eterna”. En medio del dolor por meditar en esas palabras, cayó dormida.
    Al siguiente día, Essentia, despertó y si bien una sonrisa marcó sus labios, pronto el recuerdo del día anterior la desdibujó. Durante el desayuno, no conversó mucho; la familia no le puso mayor atención a su apatía, lo que de repente se transformó en un pensamiento taladrante: ¡No les importo! Convencida de su nuevo descubrimiento, ya en el colegio durante el descanso habló con su grupo de amigos, pero ellos poca atención le prestaron. Al contrario, y como era costumbre, hicieron burlas de aquellas ideas ‘raras’; otra idea arraigó en su mente: ¡no me comprenden! Semanas más tarde, buscó hablar con la orientadora, la cual le dijo que no tenía de qué preocuparse, que estaba empezando una nueva etapa en su vida, la adolescencia y que dichos sentimientos eran parte normal de estas edades. Si bien, al principio, dichas palabras tranquilizaron un poco su conciencia, al cabo de pocos días, durante la clase de filosofía, mientras la profesora decía que: “la minoría de edad —según Kant— se caracterizaba porque las personas preferían buscar respuestas a las preguntas importante de sus vidas en otros, y nunca en sí mismo”, vino a su mente un recuerdo de la misma clase (aunque en aquella oportunidad no significó nada más que un ejercicio de memoria para el examen de filo). En aquella ocasión, había memorizado una sentencia de San Agustín de Hipona: "No busques fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad". Ahora, desconectada totalmente de la clase, dichas palabras adquirían mucho sentido.
    Continúa en: https://docs.google.com/document/d/1yno0jveYlft851gzjsR0oKHIvNoHEaP-uk3Oq5bC5MA/edit#

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  9. Número 11: EL IMPERATIVO DEL PERDÓN
    Escrito por Félix Rojas
    El imperativo del perdón
    Cuando me percaté de que no vale la pena gastar energías en pretender alguna originalidad, cuando lo que se busca, más que hacer bellos discursos sobre la paz, es sembrar la semilla de la paz en una sociedad-burbuja como la bogotana, a la que la guerra y la violencia le son una realidad ajena de la que solo se entera como noticia o comentario normalizado y fantasioso de un vecino que conoce alguien que abandonó su tierra natal para venir a esta ciudad; ¡esta Bogotá que es toda Colombia y a la vez es una negación de la realidad colombiana!
    En las sociedades citadinas de Colombia, especialmente en la de Bogotá, nuestros jóvenes y nosotros mismos estamos tan, pudiera decirse, ‘virtualizados’ que, así como los ataques de los EE.UU. a Irak en el Golfo Pérsico en 1991 transmitidos por la TV en vivo y en directo, se asemejaron a los videojuegos primitivos de fondo negro y luces verdes, así mismo, el sufrimiento, el terror y la muerte de nuestros connacionales en el territorio colombiano se confunden con las películas de guerra y violencia.
    Esta virtualización de la Guerra y la Violencia nacionales tiene un sinnúmero de motivos y causas; y, como es apenas obvio, aquí es imposible abordarlos. No obstante, sí cabe un doble análisis básico de las causas, seguido de la constatación de que las violencias citadinas —si bien aparentemente menos llamativas cinematográficamente— están amparadas y, hasta cierto punto camufladas y silenciadas, bajo el manto del conflicto interno. En este orden de ideas esbozaré la tesis de que la violencia generalizada en Colombia tiene dos causas básicas: primero, siguiendo a Jean Derrida, afirmaré que la visión eurocéntrica carnofalológica de la realidad presente en el inconsciente colectivo de los colombianos ha llevado a ‘consumir’ al otro, a ‘devorarlo’ para ‘sobrevivir’. Esta tesis inspirada en la obra Hay que comer de Derrida, se suma a la obra La ontología de la “violencia política”: acción e identidad en las guerras civiles, de Stathis Kalyvas, en la que el autor sostiene, entre otras tesis, la idea de que ‘la guerra es la excusa o el marco de acción para la violencia generalizada’, la cual se inicia no ideológicamente, sino que se funda en rencillas y recelos locales. A partir de la intersección de dichas tesis, argumentaré que la violencia de las ciudades, especialmente la de Bogotá, nace de la falta de perdón.
    La visión de devorar al otro está tan arraigada pragmáticamente en el inconsciente colectivo de algunos colombianos a raíz de frases familiares tales como: ‘¡Mijo no se deje de nadie, no sea bobo!’, ‘Aproveche el papayazo’, ‘El vivo vive del bobo y el bobo de papá y mamá’, entre otra serie de ‘florecillas’ de nuestra antología popular. La pragmática del lenguaje ha llevado a que el contexto citadino —a través de los medios de comunicación— haya invadido muchos ámbitos del imaginario nacional. De este modo, la confianza, base fundamental de la vida social y de la cooperación humana, ha quedado debilitada y agónica en nuestra nación. Somos una nación que ha venido progresiva y aceleradamente rompiendo lazos de confianza. Es habitual oír decir a las personas frases como la siguiente: ‘A duras penas confío en mi madre’.
    El panorama descrito no es gratuito: la visión egoísta-individualista exacerbada por el capitalismo económico ha llevado a que muchas personas antepongan sus intereses personales de corto plazo a interese sociales de más largo alcance. Así, por ejemplo, pudo un lustrabotas de la calle 72 con carrera 11 ofrecerme un servicio con falsa información: “Le tinturo los zapatos por $7000=” y al final de la labor cobrarme $32.000=, argumentando que cuesta $7000= por zapato cada capa de tintilla, a lo que le adicionó la mano de obra y la embetunada. Esta actitud engañosa me ofuscó, y en adelante me encargué de dañarle la fama a ‘El lustrabotas mentiroso’.
    Continúa en: https://docs.google.com/document/d/1yno0jveYlft851gzjsR0oKHIvNoHEaP-uk3Oq5bC5MA/edit?usp=sharing

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  10. 15 de noviembre de 2021

    Número 12: Tiempo y muerte
    Somos el tiempo que tenemos: ni más ni menos;
    no tenemos más tiempo porque no podemos ser más
    y no somos más porque solo somos nuestro tiempo.
    Una experiencia psicológica y subjetiva nos acompaña diversamente a los seres humanos; nada de lo que se dice aquí puede predicarse universalmente de todo el mundo, porque respecto de la percepción del tiempo, sin importar la edad, si estamos a gusto el tiempo vuela, pero si no, se ralentiza.
    Tal vez las cuestiones sobre la vida, la muerte y el tiempo confluyen en una y la misma pregunta; quizás, otra forma de decirlo sea: “la pregunta por la vida implica al tiempo y a la muerte o, cuál sería el sentido de hablar de la vida sin considerar nuestro tiempo y muerte”.
    En medio de esta triple dimensión de nuestra existencia (vida-tiempo-muerte), a mi parecer, su goce o disfrute depende de la percepción que cada uno tenga del tiempo como eje de la misma, sin embargo —y empero lo subjetivo de tal percepción— pareciera que en las edades infantil y juvenil el tiempo no se percibe, o se percibe como infinito, de allí que la muerte no se vea o suela verse como lejana y remota. Cuando a uno de joven se le pide que espere, por ejemplo, dos o tres meses para obtener un beneficio, acostumbra a pensar que nunca recibirá lo prometido, pues falta “demasiado tiempo” o, cuando se le adjudica una tarea y se le ofrece un plazo relativamente amplio, puede llegar a actuar como si nunca tuviera que realizarse; pues siente uno que tiene “tiempo de sobra”.
    En cambio, durante la edad adulta, con la partida de nuestros conocidos, tomamos mayor conciencia del paso definitivo que es la muerte: el tiempo empieza a percibirse como lapso ajustado a las labores y a la vida misma. Es cuando las tareas propias o recibidas de otros solo deberían ocupar un tiempo preciso de manera que no consuman más tiempo y vida, o simplemente aprendemos a identificar vida y tiempo, de modo tal que desperdiciar tiempo es desperdiciar la propia vida, pero gastarlo en uno y en los demás es aprovecharlo. Y aquel desperdicio de vida, para mí, tiene que ver con el olvido de lo que podemos ser: con dejar de lado todas las capacidades y potencialidades que nos permitirían llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos.
    En dicha versión confluyen, prácticamente, todas las circunstancias históricas, sociales, familiares, filiales, grupales y psicológicas que han sido asumidas consciente y responsablemente; no tanto aquellas que solo han sido consideradas como fortuitas o sin responsabilidad alguna de nuestra parte.
    Todo pasa, nada dura para siempre. Según se mire, la muerte es remedio o premio. Ahora bien, si corremos con suerte para alcanzar y asumir la ancianidad, pueda ser que el tiempo entonces se nos aparezca como fugaz. Y, así, la inminencia de la muerte nos confronta con preguntas que algunos evaden, pero que finalmente se nos imponen: ¿Quién he sido? ¿Qué he hecho de mi vida-tiempo? ¿He avanzado en dirección a la mejor versión de mí mismo o por el contrario me he dejado arrastrar por lo que los demás querían ver de mí? ¿Ha valido la pena mi brevísimo paso por este lugar? ¿He ayudado a otros a trabajar en pos de su mejor versión?
    No hay autoridad sobre el tiempo más que el tiempo mismo, y solo el tiempo tiene el poder de ayudarnos a responder a tales interrogantes: nuestra tarea es tomarnos el tiempo para responderlas una y otra vez, hasta que al fin estemos listos para dejar de ser.
    ¿Has pensado en averiguar quién eres y cómo vivirás para ser tu mejor versión de ti mismo?

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  11. Panorama de la ética 1/2
    Para comenzar tendríamos que dejar claro que habitamos moralmente el mundo, de hecho, morar y habitar son sinónimos, y se aproximan semánticamente como moral y hábito. A partir de esta primera constatación, podríamos avanzar y realizar una diferenciación, en la que, siguiendo a Adela Cortina, podríamos decir diferenciar entre moral vivida (moral) y moral pensada (ética). Aunque en su etimología moral y ética son casi lo mismo, la tradición ha decido llamar a las reflexiones cotidianas sobre la vida buena: moral, es decir, cuando una comunidad reflexiona sobre cómo deben vivir bien sus integrantes, hablamos de la moral. Mientras que la moral pensada, ética o filosofía moral, es la reflexión disciplinar en torno a los principios que podrían fundamentar la vida buena, o sea los hábitos y las costumbres de cualquier pueblo o comunidad, e incluso podría postular mínimos exigibles universalmente. Así, mientras que para una cultura comer carne de res o de cerdo es algo habitual para otras, el solo hecho de pensarlo puede provocar náuseas y deseo de vomitar.
    La moral y las éticas finalistas coinciden en que ambas aspiran a máximos, mientras que las éticas contemporáneas, a mínimos. En primero lugar, miremos que, por ejemplo, el cristianismo, al menos el católico, mediante su teología moral, ha reflexionado y puesto sobre el plano discursivo su propia moral para que pueda ser discutida en la academia. A pesar de los logros argumentativos, en cuyos principios se expresa una defensa férrea de la vida y las libertades necesarias para la vida digna desde perspectivas como la educación, la economía solidaria, la bioética, etc., es necesario asumir como presupuesto la existencia del Dios trinitario y su mensaje de salvación, de donde se puede concluir que, fuera del plano de la fe cristiana o religioso monoteísta, y a pesar de las coincidencias con los fundamentos de la ética occidental, dicha reflexión de la ética católica solo sirve para orientar y justificar la toma de decisiones y las acciones de los creyentes tácitos o explícitos. Una ética de corriente cristiana que tuvo algún eco en el plano académico fue el personalismo.
    En otro nivel de la discusión, desde una perspectiva comunitarista, cada miembro considera que su moral es la única y la mejor, de allí infieren que la moral (su moral) es ‘universal’, o sea: todos deberían seguirla, y ‘absoluta’, pues no admitiría discusión; sin embargo, desde otra óptica, es relativa a cada comunidad o cultura. Lo mismo se puede decir de la ética, desde cierta perspectiva es universal, pues sin importar la cultura o comunidad, postula los principios de acción que pueden servir para cualquier persona; pero, también hay éticas orientadas a determinados grupos profesionales, o éticas personales, entendidas como la adhesión a un conjunto de principios de acción que regulan la vida de un sujeto moral.

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  12. Panorama de la ética 2/2
    En la actualidad, se cuenta con tres grandes agrupaciones de ‘éticas’ o teorías morales. Las primeras herederas de Aristóteles se conocen como ética teleológica o de fines o de la virtud (materiales o sustancialistas, entre estas puede caber el utilitarismo, porque este persigue un fin), en este grupo puede ubicarse la mayor cantidad de teorías. En el segundo grupo están: la ética deontológica, heredera de Kant, que a diferencia de la teleológica o de fines, no persigue un bien, sino que atiende a la intención del agente moral, a que haya actuado conforme al deber descartando cualquier apego o inclinación de la voluntad más que al deber de hacer lo correcto: la voluntad debe regirse por el imperativo categórico de actuar conforme a la ley moral. Más recientemente, heredera de Kant, en cuanto a la forma, asumida como procedimiento, pero también de Aristóteles, en cuanto perseguir un fin como acuerdo entre las partes, aparece de la mano de Apel y Habermas, la ética discursiva mediante procedimientos de negociación dialógica busca llegar discursivamente a acuerdos racionales en cuya construcción participen quienes se verán afectados por las normas pactadas discursivamente mediante los procedimientos que permitan la participación de todos aquellos que quieran expresar sus posiciones y que puedan argumentar racionalmente su accionar en la comunidad ante los demás. La ética discursiva es idónea para sociedades en las que conviven diferentes visiones de mundo y de bien, en donde lo único exigible son los mínimos del respeto por los derechos de los demás y la apertura al diálogo para buscar el entendimiento.
    De otra parte, también de da una reflexión llamada axiológica, que abarca desde el análisis de la dimensión valorativa humana hasta la consideración de valores existentes como entidades abstractas.
    En definitiva, se reconocen el fenómeno moral como constitutivo de las realizaciones humanas históricas; la dimensión valorativa o axiológica es constitutiva de la moral humana, pues lo que se prefiere, se valora y se persigue. Las morales –incluida la religiosa– adhieren a alguna idea de bien supremo objetivo, material o ideal que ordena toda la praxis humana. Las éticas reflexionan sobre los principios que podrían orientar la toma de decisiones y el actuar de cualquier persona. Las tradición filosófica ha propuestos tres grandes herramientas filosóficas de deliberación moral: 1) la deontología o ética formal; 2) la teleología o ética de fines (de bienes, virtudes, consecuencias o utilidad); y, 3) el procedimentalismo ético cuyo fin es formalizar procedimientos para consensuar bienes mediante acuerdos racionales.

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